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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Muerte del guerrillero heroico SE CONMEMORAN 43 AÑOS DE LA MUERTE DEL CHE


(Caracas, 08/10/10).- Tambaleándose, exhibiendo ante sus pares el valor que no tenía, el soldado boliviano abrió la puerta de la vieja escuela en La Higuera. En la oscuridad divisó la sombra que le dijo: “Ármese de valor y apunte bien, porque va a matar a un hombre”.

Había alcanzado el grado de suboficial en las montañas bolivianas y asistidas a las prácticas impartidas por los “rangers” del Ejército de Estados Unidos para combatir la guerrilla en América Latina. Ese día, el oscuro Mario Terán se encaminaba a grabar su nombre en el
grupo de los “tristemente famosos”, los que por una u otra razón pasan a la historia por la comisión de un acto ingrato.
Ese 9 de octubre de 1967, Terán, atiborrado más de miedo que de alcohol, accionó el arma modelo M2 que temblaba en sus manos, y al vomitar la carga de plomo asesino contra aquél que lo conminaba a hacerlo, sobre sus hombros cayó el manto que cubre a los asesinos.
Había acabado con la vida de quien, a partir de ese  momento, habría de convertirse en uno de los íconos más explotados del siglo XX a nivel mundial, en virtud de su importancia: Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como “El Che”.
El guerrillero
heroico
La Higuera era entonces un olvidado caserío boliviano de no más de 30 viviendas, todas construidas con el barro de la miseria. Mario Terán, “en el cumplimiento de su deber”, emprendía el tortuoso camino del desprecio y el ostracismo al que sería condenado de por vida, en tanto su víctima iniciaba el tránsito hacia la mitificación. El Che sería, en el futuro inmediato, flanco de una adoración casi sacrílega, esnobista quizás, donde su imagen serviría, tanto de ejemplo para jóvenes valientes, idealistas de un futuro mejor, como para decorar con su rostro modernos trajes de baño último modelo en moda “fashion”, ilustrar franelas, afiches, logotipos de alguna marca de cerveza. El capitalismo haría todo lo posible para presentarlo como asesino, como simple mercancía, utilizando para ello a figuras de gran renombre, escritores, “premios nobeles”, “cagatintas” de la prensa nacional e internacional.
Las ganas de matar

La mayoría de los investigadores y biógrafos del Che coinciden en que su asesinato fue un gran error; otros, como el ex izquierdista mexicano Jorge
Castañeda, aún sostienen que “al gobierno boliviano no le quedaba otra alternativa que eliminar al guerrillero”. En una entrevista publicada por la Agencia EFE el 13 de julio de 1997 en Nueva York, el escritor justifica la ejecución “porque Bolivia no tenía pena de muerte, y tener encarcelado al Che hubiera sido una ‘enorme tentación’ para que comandos cubanos o pro cubanos intentaran liberarlo(…) o tomar rehenes para canjearlos por el compañero de lucha de Fidel Castro (…) entregar al Che a los Estados Unidos, y llevarlo en avión a Panamá para su interrogatorio, era igualmente inaceptable”.

Otro biógrafo, el médico y escritor argentino, Mario Pacho O’Donnell, habla de Félix Rodríguez, el agente de la CIA que siguió los pasos del Che desde que salió de Cuba. Escribe: “Félix Rodríguez insistirá en que había recibido la orden por radio de mantener vivo al Che y trasladarlo a Panamá para interrogarlo, pero eso era inaceptable para la dignidad del gobierno boliviano y también para Estados Unidos, que no podría explicarle al mundo sus derechos para disponer a su antojo del guerrillero argentino”.

El periodista francés Pierre Kalfon, echa mano del testimonio del general
Gary Pardo, quien para entonces era capitán y comandante de las tropas que capturaron al Che. Afirmó el militar que la orden, que llegó a las 11 de la mañana del 9 de octubre, era precisa: “nada de prisioneros”, y tenía asidero en la relevancia del personaje capturado. Se quería evitar a toda costa un segundo “proceso Debray”, que causó una alharaca mundial, causando demasiada molestia al gobierno boliviano.


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